Viriato, el guerrero hispano que mantuvo en jaque a la Antigua Roma
El líder hispano que nunca fue derrotado en combate llegó a ser considerado el 'terror de Roma' por sus hazañas en el campo de batalla contra la gran potencia del momento
Algunos dicen que Viriato empezó siendo tan solo un simple pastor, otros afirman que se ganaba la vida como cazador. Los hay que incluso aseguran que se trataba de un vulgar ladrón, pero todos coinciden en que acabó convirtiéndose en una de las figuras más importantes de la lucha hispana contra Roma, sino la que más.
Hablar de Viriato es hablar de un líder nato, un guerrero implacable, un estratega brillante que nunca fue derrotado en combate y que consiguió mantener en jaque a la mayor potencia del momento, la todopoderosa República Romana. Una hazaña por la que se le llegó a considerar el terror de Roma.
Muy poco, por no decir nada, se conoce de los primeros años de la figura que encarna la lucha hispana contra el invasor romano. Su fecha de nacimiento es una completa incógnita, también lo es su lugar.
Hay autores que sitúan el nacimiento de Viriato en el suroeste peninsular, entre los cursos medios e inferiores de los ríos Guadiana y Guadalquivir. Sin embargo, varias investigaciones entre los siglos XIX y XX llegaron a situarlo entre los ríos Ebro y Tajo. Otros han afirmado que Viriato nació en Portugal, es el caso del arqueólogo, historiador y filólogo alemán Adolf Schulten. Por su parte, el historiador Anselmo Arenas López lo ha relacionado en su obra Viriato no fue portugués si no celtíbero con la tribu de los lusones, tribu cuyos territorios se encontraban en las actuales provincias de Guadalajara, Zaragoza y Soria.
Nada en claro se puede sacar si se tienen en cuenta todas las suposiciones sobre el lugar de nacimiento de Viriato. Lo mismo sucede al intentar conocer el oficio que desempeñaba antes de su lucha particular contra Roma. Según la mayor parte de las fuentes, Viriato fue originalmente un pastor que más tarde se hizo cazador y, finalmente, soldado, aunque otros autores como el historiador romano Apiano proponen que Viriato desempeñó el oficio de guerrero, la ocupación de las élites gobernantes lusitanas, desde un principio.
Pero las palabras de Apiano sobre Viriato no acabaron ahí, ya que el propio Apiano también afirmó que el líder hispano fue uno de los pocos guerreros lusitanos que consiguieron escapar de la encerrona del pretor romano Servio Sulpicio Galba que acabó con la mayor parte del ejército de esta tribu íbera. Al menos 8.000 soldados murieron a traición y unos 20.000 fueron vendidos como esclavos tras deponer sus armas a cambio de la promesa del pretor de grandes tierras a aquellos guerreros que se rindiesen. Promesa que nunca llegó a cumplir.
Sean ciertas o no las palabras de Apiano, muy poco se conoce de los primeros años de Viriato, lo que sí sabemos y podemos afirmar es que toda su vida transcurre a lo largo del siglo II a.C., una vida estrechamente relacionada con Roma, una vida de lucha contra el invasor.
Nos encontramos en el siglo II a.C., la Península Ibérica se encuentra dividida entre varios pueblos: los lusitanos, los celtíberos, los astures, los ilergetes y un nuevo jugador en el tablero, Roma.
Hasta el año 218 a.C. los romanos no habían ni pisado la Península Ibérica. Lo hicieron para tratar de cortar la principal línea de abastecimiento de su mayor rival del momento, Cartago. Pueblo con el que Roma mantenía una guerra a muerte por el dominio del Mediterráneo.
Los romanos no se propusieron desde un principio la total dominación de la Península Ibérica. Tan solo zonas estratégicas de gran interés en su guerra contra Cartago, pero las ansias de rápido enriquecimiento de los pretores romanos destinados a Hispania convirtieron a los territorios de la Península Ibérica que todavía no se encontraban bajo el amparo de la República Romana en un objetivo.
El avance permitió a los romanos encontrarse con nuevos aliados entre las tribus íberas y celtíberas, aliados que se sumaron a sus tropas, pero el maltrato de algunos pretores romanos hacia algunos pueblos creó una feroz resistencia, especialmente por parte de los lusitanos que, liderados por Viriato, pusieron contra las cuerdas a las tropas romanas instaladas en la región durante ocho largos años.
La primera campaña de Viriato tuvo lugar en el año 147 a.C. cuando el líder hispano decidió realizar una incursión en la Turdetania, al sur de la Península Ibérica, al mando de 10.000 guerreros que pronto se vieron rodeados por las tropas del pretor romano Cayo Vetilio. A pesar de la ventaja estratégica, Cayo Vetilio les llegó a ofrecer la paz, pero la propuesta fue rechazada por los lusitanos ante el temor de que los romanos volviesen a incumplir su palabra tal y como había hecho años atrás el pretor Servio Sulpicio Galba.
Viriato y los suyos se encontraban totalmente rodeados aunque finalmente lograron huir del cerco romano e, incluso, emboscar a las tropas del pretor Cayo Vetilio. Movimiento con el que Viriato lograría finalmente la victoria.
No sería la última vez que Viriato hiciese creer a su enemigo que huía del campo de batalla para más tarde contraatacar mediante emboscadas. Una táctica que aterraba a los romanos y que estos denominaron bellum latocinium (guerra de bandidos). Con ella, el líder lusitano logró derrotar a los ejércitos romanos uno tras otro. Primero fue el del pretor Cayo Vetilio, después derrotaría entre los ríos Duero y Mondego al pretor Cayo Plaucio y, más tarde, al gobernador de la Hispania Citerior, Claudio Unimano, cerca de Ourique, al sur de Portugal. Victoria en la que Viriato se hizo con los estandartes romanos, estandartes que poco después colocó en lo alto de las montañas como trofeo de guerra.
Todo transcurría a favor de los lusitanos, pero la victoria total de Roma sobre Cartago durante la Tercera Guerra Púnica en el 146 a.C. supuso un auténtico punto de inflexión. El motivo: los romanos ya no tenían que preocuparse de un ataque desde el norte de África y ya podían destinar más tropas y atención en Hispania al haber derrotado a su mayor rival del Mediterráneo.
LA TRÁGICA MUERTE DE VIRIATO, EL GRAN HÉROE HISPANO
Los cambios no tardaron en llegar. En el año 145 a.C. el pretor romano Cayo Plucio fue desterrado por sus fracasos militares ante Viriato. Quinto Fabio Máximo Emiliano fue su sustituto, figura que obtuvo el gobierno proconsular de Hispania y trajo nuevas unidades a la península que le permitieron recuperar gran parte del territorio cedido ante los lusitanos y disminuir el área de influencia de Viriato. El proconsul Quinto Fabio Máximo Emiliano logró revertir la situación, pero este regresó a Roma sin capturar al líder lusitano y sin la mayor parte de los refuerzos debido a las emboscadas sufridas en la lucha contra los lusitanos.
Roma tenía el control en la península en ese momento aunque el éxito de Viriato al extender la revuelta a los territorios celtíberos igualaría nuevamente la lucha entre ambos bandos. El enfrentamiento ya no era únicamente con los lusitanos. A su lado se encontraban ahora tribus como los vetones, los arévacos, los tittos o los bellos. Su ayuda hizo que Viriato recuperase gran parte del terreno perdido con una serie de victorias sobre los romanos, que en este punto del conflicto se encontraban comandados por el consul Quinto Cecilio Metelo y el pretor Quinto Cocio.
El nuevo paso atrás de Roma ante Viriato obligó a tomar nuevas medidas que tuvieron nombre y apellidos, el cónsul Quinto Fabio Máximo Serviliano, que partió rumbo a Hispania con unos 20.000 soldados con los que conquistó varias ciudades del sur de la península y revirtió nuevamente la situación. En el 140 a.C. el cónsul Quinto Fabio Máximo Serviliano se disponía a arrebatar otra ciudad del sur de Hispania a Viriato, pero el líder lusitano fue el que terminó cercando a los romanos tras realizar una incursión nocturna desde la ciudad asediada.
Otra vez era Viriato quien tenía la superioridad, una ventaja con la que consiguió que el cónsul Quinto Fabio Máximo Serviliano firmase un acuerdo de paz ratificado por el Senado. Pacto que otorgaba la independencia a las tierras controladas por Viriato y concedía al líder hispano el título de amigo del pueblo romano. El acuerdo fue un gran triunfo para Viriato, pero visto con malos ojos en Roma al considerarlo una cesión inaceptable y vergonzosa. Prueba de ese malestar es la sustitución del cónsul Quinto Fabio Máximo Serviliano por su hermano Quinto Servilio Cepión, quien reanudaría la guerra contra Viriato con permiso del Senado.
La llegada de Quinto Servilio Cepión a la zona decanta nuevamente la balanza del lado de Roma. La presión ejercida por los romanos por varios frentes obligaron a Viriato a retirarse una vez más aunque, en está ocasión, también se vio forzado a negociar. Primero lo hizo con el procónsul Marco Popilio Lenas y, más tarde, tras no llegar a algún acuerdo, con Quinto Servilio Cepión a través de tres hombres de su confianza: Audax, Ditalco y Minuro.
Según el historiador Apiano, fue en esa reunión cuando Quinto Servilio Cepión prometió a los tres hombres de confianza de Viriato grandes riquezas, ventajas y tierras si acababan con la vida del líder lusitano.
No existe documentación sobre lo que sucedió realmente pero la leyenda cuenta que, tras concluir la reunión, Audax, Ditalco y Minuro regresaron al campamento y mataron a Viriato al clavarle un puñal en el cuello mientras dormía con la armadura puesta. Acto seguido, regresaron al campamento romano para reclamar la recompensa prometida por Quinto Servilio Cepión, sin embargo, este les negó lo que los tres hispanos pedían con una frase que pasaría a la historia: «Roma no paga a traidores».
La frase se le atribuye a Quinto Servilio Cepión en el momento en el que se niega a pagar a los traidores que acabaron con la vida del líder lusitano Viriato, pero los historiadores posteriores aseguran que la famosa cita pudo añadirse años más tarde con el propósito de mostrar que Roma nunca ha permitido algo semejante, que uno de sus grandes rivales muriese de forma deshonorable a manos de sus propios hombres y todo, gracias a unas monedas romanas.
Viriato recibió un digno funeral en el que fue incinerado y recibió distintos sacrificios animales y más de doscientos combates en su honor. Un funeral que no solo supuso el adiós de Viriato, sino que también significó el principio del fin de la resistencia hispana que durante tantos años había plantado cara a la todopoderosa Roma.