Tal día como hoy, el 15 de noviembre de 1533, el conquistador español Francisco Pizarro entraba en la capital del Imperio Inca, la ciudad de Cuzco.
Pizarro lo conseguía casi tres años después de iniciar la expedición, en enero de 1531, al mando de 180 hombres.
Informado de la guerra que enfrentaba al emperador inca Atahualpa y a su hermanastro Huáscar, Pizarro se reunió con Atahualpa en la ciudad de Cajamarca. Allí, tras invitar sin éxito al líder inca a convertirse al cristianismo así como a someterse a la autoridad del Rey Carlos I de España, Pizarro capturó a Atahualpa en un sangriento ataque por sorpresa.
El emperador inca acordó con los extranjeros llenar de oro, plata y piedras preciosas una habitación a cambio de su libertad. De nada le sirvió cumplir la parte del pacto ya que Pizarro, reforzado por la llegada de Almagro al frente de un centenar de arcabuceros, acusó a Atahualpa de haber ordenado el asesinato de su hermanastro Huáscar desde la prisión y de preparar una revuelta contra los españoles. Por ello, Pizarro ordenó su ejecución, ejecución que tuvo lugar el 29 de agosto de 1533.
Muerto Atahualpa, Pizarro se alió con la nobleza inca, la cual permitió completar sin apenas resistencia la conquista de Perú. Pizarro entró en la capital del Imperio Inca tal día como hoy de 1533. Cuzco pronto sucumbió ante Pizarro, quien nombró como soberano inca a Manco Cápac II, hermano del fallecido Atahualpa.
El nuevo soberano inca se reveló contra Pizarro en 1536. La rebelión fue aplacada por los españoles, soldados cuyas ansias de poder y riqueza les llevaría a enfrentarse entre sí dos años más tarde en la batalla de las Salinas. El líder de los españoles que se habían amotinado contra Pizarro, Diego de Almagro, fue procesado, condenado a muerte y ejecutado el 8 de julio de 1538. Su muerte fue vengada años más tarde por su hijo, Diego de Almagro el Mozo, quien asesinó a Pizarro en su palacio de Lima el 26 de junio de 1541.