Tal día como hoy, el 22 de febrero de 1530, el Papa Clemente VII coronaba al Rey Carlos I de España como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
El Rey Carlos I ya había sido coronado emperador tras una larga y feroz lucha por el título con el Rey francés Francisco I, sin embargo, el título carolingio necesitaba también de la dignidad papal para completarse. La coronación se celebró en Bolonia pues Roma quedaba muy lejos y el Rey Carlos I de España tenía obligaciones muy acuciantes en sus territorios alemanes.
La fecha fue escogida entre los días 22 y 24. Lo hizo a posta en recuerdo de la batalla de Pavía y del día de su nacimiento. Finalmente, la coronación tuvo lugar tal día como hoy de 1530.
El acto congregó a numerosos nobles de todos los territorios del monarca de la casa Habsburgo en la ciudad de Bolonia. Todos eran muy conscientes del acontecimiento, empezando por el propio Carlos que estaba impaciente por recibir el título que diez años llevaba esperando, un título que en lo material solo conllevó importantes gastos sobre las ya mermadas arcas.
La larga espera se debió a las conspiraciones e ínfulas políticas de la época. Desde la ambición de Francisco I por estar en todo momento por encima del monarca español hasta la existencia de un Papa que había promovido una infame Liga para aislar a Carlos I y cortar su grandeza, un Papa que tuvo que soportar el saqueo de Roma por parte de los españoles y que incluso fue secuestrado.
Finalmente, el Rey Carlos I y Roma hicieron las paces. Lo hicieron con una coronación en la que cuatro nobles entre los que se encontraban el marqués de Monferrato, el duque de Urbino, el conde Palatino y el duque de Saboya desfilaban tras el Papa y su colegio cardenalicio portando los cuatro atributos imperiales: el cetro, la espada, el mundo y la corona. Detrás de ellos caminaba el Rey Carlos I. Lo hacía con su cortejo flamenco y español.
El Papa derramó sobre su cabeza el óleo sagrado. Después le hizo entrega de los atributos imperiales. Tras ello, las trompetas anunciaban bajo el ensordecedor clamor de los allí presentes que no gritaban otra cosa que “¡Imperio!”, los españoles hacían lo propio al grito de “¡España!”. No es para menos, un nuevo emperador había aparecido.