Tal día como hoy, el 9 de enero de 1875, el Rey Alfonso XII llegaba a la ciudad de Barcelona a bordo de la fragata ‘Navas de Tolosa’. Su regreso a España desde el exilio se produce bajo los vítores de un pueblo ilusionado por la vuelta de la monarquía. La llegada de la Restauración Borbónica es una realidad.
Alfonso XII pisó España un mes después del lanzamiento del manifiesto de Sandhurst, manifiesto en el que no solo mostraba su disposición para convertirse en el Rey de todos los españoles, derecho que había adquirido tras la abdicación en el exilio de su madre la Reina Isabel II, sino que también se postulaba como el artífice de una reconciliación nacional.
El manifiesto fue publicado en España el 27 de diciembre de 1874, dos días antes del pronunciamiento militar que el general Martínez Campos llevó a cabo en la localidad de Sagunto, pronunciamiento que precipitó de forma abrupta el final de la Primera República Española.
El alzamiento militar del general Martínez Campos fue un auténtico éxito. El triunfo del pronunciamiento de Sagunto fue posible gracias al apoyo de numerosos militares de toda España muy descontentos con la enorme inestabilidad existente a lo largo de la Primera República Española.
El 31 de diciembre de 1874, el capitán general de Madrid, Fernando Primo de Rivera, constituyó un Gobierno provisional que, bajo la dirección de Antonio Cánovas del Castillo, decretó la restauración de la monarquía. El propio Cánovas asumió el control hasta la llegada de Alfonso XII.
La llegada del Rey Alfonso XII a España se produce el 9 de enero de 1875 a bordo de la fragata ‘Navas de Tolosa’. Su primera parada no fue otra que la ciudad de Barcelona. Desde allí, el nuevo Rey viajó a Valencia para más tarde, el 14 de enero de 1875, hacer su entrada triunfal y solemne en la ciudad de Madrid a lomos de un caballo blanco.
La casa de Borbón volvía a reinar en España, sin embargo, el monarca quedaba relegado a un papel de árbitro entre dos grandes partidos políticos, el partido conservador y el partido liberal, que se turnaban pacíficamente en el poder para evitar los pronunciamientos militares que tan constantes habían sido durante el reinado de Isabel II.